¿Cómo superar a un familiar tóxico?, por María Laura García


Por María Laura García

Muchos pensamos en personas tóxicas y nos parece insólito o imposible tener que visualizarlas en nuestra propia casa o dentro de la familia y, resulta que es mucho más sencillo que las tengamos justo al lado, es decir, con nexos que, en “teoría” no podemos disolver ¿Por qué? Porque generalmente, si alguien nos resulta molesto y no es nada nuestro es más sencillo marcar distancia.

La familia es ese grupo primario con el cual cubrimos nuestras necesidades básicas de afecto, donde aprendemos a resolver conflictos que nos permiten ser autónomos y establecer relaciones afectivas sanas. Imagínate lo catastrófico que puede ser aprender lo esencial rodeados de patrones nocivos emocionalmente hablando.

Pero en las familias tóxicas, esto es lo usual, sus miembros viven inseguros y agobiados por diversas situaciones extremas que los llevan a sentir que están mejor fuera de sus casas. Al estar carentes de afecto y seguridad resultan muy vulnerables a relaciones de este tipo fuera del hogar. Es mas es complicado no repetir estos patrones en distintas áreas de la vida.

Muchas veces, alguien cercano, que debería darte amor, seguridad y paz, te frena e impide tu desenvolvimiento armónico porque sus valores y dinámicas son conflictivos. Todo es una crítica, una humillación un irrespeto, tirantez o un no, que da pie, por el abuso de autoridad, a un eterno problema y estrés. Lo terrible es que en casa se llegan a sentir más vulnerables, indefensos o desprotegidos.

Con esas personas tóxicas, se hace evidente la falta de comunicación a la hora de abordar los temas profundos y realmente importantes, nunca hay espacio para ello, mientras que los temas superficiales, si se tocan pero discutiendo, pues ni lo más simple es “simple”. Nunca se permite el espacio para hablar de lo que está afectando a cada quien.

Permanentemente está presente la manipulación emocional, es decir, se utiliza al otro para su propio beneficio y siempre las necesidades de ese otro quedan invisibilizadas y no son cubiertas. El manipulador siempre es la víctima y además siembra en el otro (el afectado por el tóxico), culpa, inseguridad y confusión, lo que lo convierte en un ser muy frágil.

En este tipo de relaciones, la rigidez en los roles no permite la negociación, solo los tóxicos mandan. Las relaciones son abusivas en cuanto al poder, tanto que no se respeta la individualidad del otro y no hay espacio individual, ni las opiniones o los estilos diferentes.

Esa especie de dominación o “sobreprotección” genera dependencia e inseguridad, no permite que haya autonomía llevará a las víctimas a necesitar continuamente la aprobación del entorno y a no confiar en sus propias capacidades.

¿Qué puedo hacer si vivo con alguien tóxico?

Lo primero y más importante es poder identificar esos comportamientos y entender la forma en la cual nos está afectado más cómo influye esto en nuestras relaciones fuera de casa.

Cuando se nos transmite el mensaje de que lo que sentimos no es válido o está mal, esto genera confusión, pero después aprendemos a no permitir esas emociones para adaptarnos a otros ambientes y ser aceptados.

Estar en contacto con nuestras emociones es un arma que nos permitirá identificar las situaciones en las que no estamos a gusto, en las que hacemos cosas por obligación, o por recibir la aprobación de los demás o por miedo a las represalias y esto precisamente, será el primer paso para poder poner límites.

Contentar a todo el mundo es imposible y cuando aceptamos cualquier cosa por obligación o miedo nos vamos cargando de frustración, malestar y cansancio. Aprender a decir que no y anteponernos a nosotros mismos cuando sea necesario es un gran paso para practicar y desarrollar el amor propio.

Otra pauta es comunicarnos con el agresor de forma consciente, respetando nuestras necesidades, pero sin herir al otro. Es vital transmitir cómo nos sentimos, lo que queremos y poner las reglas claras.

No perder el control, a veces, no es tan sencillo por lo que, en ocasiones, está bien respirar y tomarnos un tiempo para alejarnos para no actuar molestos.

Cuando lo anterior se vuelve muy complejo puede que sea el momento de irse de casa o incluso distanciarse si es necesario. Tenemos el derecho a ser felices sin la sensación de estar en deuda permanentemente.

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