la diáspora de Ucrania en Venezuela


La Segunda Guerra Mundial culminó y unos 2,3 millones de ucranianos, en su mayoría ciudadanos de la Unión Soviética, se encontraron desplazados. Aunque la mayoría retornó a los dominios de Stalin, un grupo de 210.000, muchos de ellos con formación universitaria, se rehusaron a volver.

El 27 junio de 1947, después de que Venezuela firmase un convenio con el Comité Intergubernamental de Refugiados, empezaron a llegar los primeros navíos con refugiados de campamentos europeos. Había miles de ucranianos entre ellos. Varios llegaron a La Guaira y los enviaron a El Guarataro y Sarría. Otros arribaron a Puerto Cabello y se asentaron en Güigüe.

El primer buque atracó en La Guaira, se llamaba USS General S.D. Sturgis y pertenecía a la Armada de Estados Unidos: procedía de Bremen, en Alemania, y traía 850 inmigrantes de Europa del este, siendo 89 de ellos de Ucrania.

USS General S.D. Sturgis. Foto: Wikipedia.

Apenas dos años después, el 13 de marzo de 1949, la Asociación de Ucranianos de Venezuela (Ukrainska Hromada u Venesueli) fue fundada en Caracas: reuniendo a 3.400 ucranianos que se habían establecido en el país.

Esta comunidad, sus personajes e historia, han sido documentados por José Álvarez-Cornett, físico teórico (UCV) con un posgrado de Geociencias de la Universidad de California en Berkeley y una maestría enfocada en negocios de Asia y el Pacífico de la Universidad de California del Sur, en su proyecto Crónicas Digitales de Ucrania en Venezuela.

Para esto, Álvarez-Cornett, quien también ha liderado el Proyecto VES sobre el aporte de migrantes científicos a Venezuela, utilizó sondeos digitales en diferentes idiomas para recopilar información sobre la comunidad ucraniana en Venezuela, sus figuras y organizaciones.

Los datos “están soportados por centenares de fragmentos digitales: fotografías, registros de nacimientos y decesos, documentos migratorios, listados de movimientos de personas desplazadas por la Segunda Guerra Mundial, avisos necrológicos, libros y artículos en revistas y prensa en varios idiomas obtenidos”, dice.

Y hay mucho que contar. En cuestión de unos años, Altavista, en Catia, se nutrió de migrantes de Europa central y del este: así, aparecieron allí varias iglesias católicas y ortodoxas de rusos y ucranianos. Hoy en día, de hecho, todavía existen dos calles en el oeste de Caracas llamadas “Ucrania”. Aquella comunidad se integró fácilmente: eran en su mayoría católicos, del rito bizantino. Según datos de 1980, el 58% de la comunidad ucraniana en Venezuela profesaba la religión católica griega y casi 38% eran ortodoxos.

Sin embargo, la comunidad, la Hromada, buscó nutrir su lengua y tradiciones en aquellos niños ucranianos que ahora crecían comiendo arepa y hablando español. Hacia 1950, la comunidad ucraniana de Caracas contaba con dos preescolares en Catia. De hecho, el ingeniero agrónomo Wenedikt Wasiuk Sigora (1900-1982), quien fungía de líder, impulsó incluso la creación de una Escuela Sabatina Ucraniana con maestras de su diáspora.

El exilio ucraniano

El primer nativo ucraniano en estar en Venezuela fue Mykhailo Karlovich Skybytsky: el prócer de la independencia peruana, edecán de José Antonio Páez y miembro del Estado Mayor de Simón Bolívar (que, aparentemente, moriría en una prisión de la Rusia zarista).

De hecho, hasta la Segunda Guerra Mundial, apenas habría un puñado de familias ucranianas en Venezuela. Sin embargo, el influjo después de la Guerra nutrió una comunidad pequeña, pero estructurada.

Por ejemplo, las damas ucranianas crearon la Asociación de Mujeres Ucranianas de Venezuela en octubre de 1949. Varias de ellas se conocían antes de llegar al país, provenientes de los mismos campos de desplazados. Además, los ucranianos constituyeron una agrupación juvenil estilo Boys Scouts llamada Plast; un centro comunitario llamada Casa del Pueblo de Ucrania y varias organizaciones políticas: por ejemplo, los capítulos venezolanos de organizaciones internacionales del exilio ucraniano anti-soviético como la Unión para la Liberación de Ucrania, la Asociación Juvenil de Ucrania y la Asociación de Ingenieros Ucranianos.

Su relevancia era tal que a la primera reunión para organizar el primer Congreso Mundial de Ucranianos Libres, hecha en 1964 en Winnipeg, Canadá, solo asistieron delegados de Estados Unidos, Canadá y Venezuela (Wenedikt y Bohumil Wasiuk). Además, el escudo de armas del gobierno en el exilio ucraniano, creado después de la Segunda Guerra Mundial y existente hasta 1992, fue diseñado por Vasyl Krychevsky, un artista que eventualmente se exiliaría a Caracas donde fallecería en 1952. El tridente que diseñó en el escudo es hoy el escudo oficial de Ucrania.

Según Álvarez-Cornett, la comunidad ucraniana se nutría de los circuitos que los nacionalistas exiliados, establecidos en Checoslovaquia y Polonia después de la guerra civil rusa, habían ido construyendo.

“Allí fundaron escuelas, liceos, universidades, centros de investigación y editoriales para la producción de libros, periódicos y revistas en ucraniano para mantener informada a la comunidad expatriada y para educar a los niños ucranianos nacidos en el exilio en los valores culturales, tradiciones y principios de la sociedad ucraniana”, explica.

Ucranianos en la venezolanidad

Para sorpresa de muchos, varios inmigrantes ucranianos tuvieron roles sumamente influyentes en la realidad venezolana.

Nicolás Szczerban (1910-1999), por ejemplo, llegó en 1948 para convertirse en un geólogo de Codesur. Su labor fue tan notable que el reconocido botánico estadounidense Julian Alfred Steyermark nombró a una especie de árbol del Parque Nacional Jaua-Sarisariñama en su honor, Lubaria szczerbanii.

Como Szczerban, hubo otros científicos ucranianos en el país. Algunos, incluso, ejercieron cargos docentes en las grandes universidades.

También estuvo Tatiana Bogdanowsky de Maekelt (1925-2009), de etnicidad ucraniana pero nacida en territorio polaco en ese entonces. Al llegar a Caracas en 1948, Bogdanowsky ejerció como enfermera en un sanatorio infantil y posteriormente se graduó de abogado en la Universidad Central de Venezuela.

Doctora Tatiana Bogdanowsky de Maekelt . Foto extraída del portal de Crónicas Digitales de Ucrania en Venezuela.

Bogdanowsky fue profesora en la UCV, consultora del Ministerio de Educación y varias universidades y fundadora de la maestría de Derecho Internacional Privado y Comparado en la UCV. De hecho, entre 1978 y 1984 ejerció en Washington como subsecretaria para Asuntos Jurídicos de la Organización de Estados Americanos (OEA), cargo desde donde impulsó la codificación del Derecho Internacional Interamericano. Además, en 2001, fue elegida Individuo de Número de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales para ocupar el sillón que había quedado vacante después de la muerte de Arturo Uslar Pietri.

También, de la comunidad judía de Odesa en Ucrania surgió una familia que haría importantísimos aportes a la sociedad venezolana: los Imber, que migrarían a lo que hoy es Moldavia, antes de partir a Venezuela. Sobre todo, las dos hijas de la familia: Lya Imber de Coronil (1914-1981), la primera doctora en Ciencias Médicas en Venezuela, y la periodista y promotora cultural Sofía Imber (1924-2017), quien fundó el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas y curó su importantísima colección con obras de artistas como Picasso y Monet.

Lya Imber con sus padres. A la izquierda Lya Imber con su madre Ana Baru en Besarabia. A la derecha, vemos a Lya Imber con su padre Nahum Imber en Caracas. Fuente: Archivo Adriana Meneses.

Incluso el ron venezolano tiene una mano ucraniana. El agrónomo Nikita Czyhrinciw (1906-1970), descendiente por línea materna de la aristocracia cosaca ucraniana, llegó a Venezuela en 1948 y trabajó en el Instituto Nacional de Agricultura y en el Instituto Nacional de Nutrición. Luego, en 1952, empezó como jefe del Laboratorio Central de Industrias Pampero: mejorando la producción de ron añejo Pampero y desarrollando procesos de preservación de frutas tropicales, llevando eventualmente a la fundación de las primeras fábricas de enlatados de frutas y jugos en Venezuela.

En las artes y el deporte también hubo ucranianos-venezolanos

Los ucranianos en Venezuela, además, incursionaron en las artes y el deporte. El ingeniero Antín Korol, por ejemplo, fundó una sociedad deportiva llamada Club Deportivo Mar Negro (Chronomortsi). El Mar Negro participó en la Segunda Liga de futbol que jugaba en el Estadio Nacional de El Paraíso, en Caracas.

Club Deportivo Mar Negro. Miembros del club deportivo Chornomortsi en 1950. Fuente: Archivo Osyp Panchyshyn

¡Un equipo ucraniano en Caracas! Y no era el único logro deportivo de los ucranianos: en 1951, el ucraniano Gerardo Budowski se convirtió en el campeón absoluto del ajedrez en Venezuela. Además, Irina Ivanovna Schichova de Levandowsky (1905-1998) fue la primera maestra de ballet clásico en el país.

Año 1976: La bailarina Irene Levandowsky, a la derecha, junto con Nedo Vojkic y su esposa Sasha, fundadores del Ballet de Maracaibo. Fuente: Foto cortesía de Sasha Vojkic tomada de Danzaballet.com

En Caracas también se establecieron fotógrafos: como Stepan Kutovyi, que fundó un estudio continuamente concurrido y cargado de ordenes; y Boris Gerasimenko, quien fue plaza del Ejército de la República Popular Ucraniana, una entidad de vida corta, que llegó al país “sin un centavo en su bolsillo” y fundó un estudio fotográfico que se hizo bastante popular entre los ucranianos de la ciudad. Su casa, recuerdan las fuentes consultadas por Álvarez-Cornett, parecía “un club de la elite ucraniana” pues se llenaba de invitados los domingos y días festivos.

En Venezuela, además, se estableció la artista ucraniana Halyna Mazepa (1910-1995) cuyo arte, inspirado por el modernismo, sirvió a las coloridas ilustraciones icónicas de las páginas y portadas de la revista Tricolor del Ministerio de Educación. Álvarez Cornett escribió su larga biografía, con un padre que fue primer ministro de la corta República Popular de Ucrania y un período como animadora comercial en Bolívar Films, a través de Europa y en Venezuela.

OBRAS DE HALYNA MAZEPA EN VENEZUELA: Desde la izq.: Portada de Tricolor No.47, enero 1953;arribaAula de Doñana.Festín de los acentos(Tricolor, No. 80, febrero 1956, p. 14) y El pájaro Guarandol(óleo, 38 x 50 cm; 1976); abajo,Cinco nietos (de Halyna Mazepa; los hijos de Bohdan Koval y Marta Prypchan: Virna, Halyna, Olena, Tamara y Danylo) (óleo, 90 x 40 cm, 1988)

Pocas figuras culturales de la diáspora ucraniana en Venezuela fueron tan influyentes como Petro Makarenko (1888-1970). Él produjo un programa radial en ucraniano, con comentarios en español, que salía todos los domingos por la Radio Difusora Nacional de Venezuela desde 1951 hasta 1959. El programa, que trataba de historia y cultura ucraniana, también retransmitía información generada por la organización Bloque de Naciones Antibolcheviques. Incluso transmitió completa la famosa ópera ucraniana Bohdan Khmelnytsky.

Desde la izquierda: Vasyl Krichevsky (1873-1952); Vasyl Lukich Paneyko (1883-1956), y Peter Makarenko (1888-1970).

Sin embargo, el aporte más importa de Makarenko fue iniciar la colección de libros y manuscritos, de hasta nueve mil piezas catalogadas, en la Biblioteca Nacional de Venezuela. Posteriormente, en 1969, el especialista búlgaro de libros raros Iván Drenikoff encontró la colección de Makarenko y la expandió considerablemente hasta formar el Fondo de Libros Raros y Manuscritos de la Biblioteca.

De hecho, esta comunidad ha tenido un peso más grande que el poco ruido que han hecho en Venezuela.

«¿Cuántos niños entre 1950 y 1980 y más allá no leyeron las historias, cuentos y obras de teatro infantil en la revista Tricolor ilustradas por Halyna Mazepa? ¿En qué forma facilitó su arte a que los niños amaran la lectura? Esto es algo que nadie ha estudiado. ¿Cuántos cuadros de la Roca Tarpeya de Caracas existen? A mi mejor entender, solo hay uno pintado por el gran genio ucraniano Vasyl H. Krychevsky, quien pintó esa parte de Caracas en 1950», dice Álvarez-Cornett.

Prosigue: «Quienes van por las mañanas a trotar al Parque de Este o disfrutan el parque los fines de semana puede observar, admirar o esconderse detrás de los ‘cerritos’ o pequeñas colinas que hay esparcidas en el parque los cuales fueron levantados por las manos ucranianas del ingeniero agrónomo Wenedikt Wasiuk para el disfrute de todos los caraqueños”.

Por ello, cree Álvarez-Cornett, «una evaluación sincera de las contribuciones de los ucranianos a la vida nacional y su proyección en el siglo XXI es una tarea por hacer». Porque, explica, no solo hay numerosos venezolanos con raíces ucranianas ejerciendo profesionalmente en universidades y empresas: «Existen incontables venezolanos de origen ucraniano en Estados Unidos y Canadá. La diáspora venezolana por el mundo también tiene rasgos ucranianos».

Están allí: desde el principio hasta el fin.



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