«Ellas hablan», una poderosa denuncia sin oyentes


A las mujeres de una comunidad menonita atacadas sexualmente por agresores con los que comparten creencia y forma de vida, les dan tres opciones. Callar, denunciar a la ley de los hombres (y exponer los secretos de su estilo de vida) o permitir que la congregación haga justicia. Esto último implica que los acusados serán señalados como culpables, llevarán la carga de sus “pecados”, pero podrán volver a la rutina de sus vidas e integrarse de nuevo a sus actividades corrientes. 

En medio de la dolorosa sorpresa de una propuesta semejante, las víctimas deben debatir para encontrar la respuesta a cómo desean asumir y sostener la carga dolorosa de una vida que les condenará al ostracismo -podrían ser expulsadas por denunciar- o a convivir con los hombres que les agredieron. Cualquier elección supone un castigo y nuevas heridas sobre las que ya soportan. Un sufrimiento que se extiende en todas direcciones como una onda expansiva de vergüenza y angustia moral.

“Ellas hablan” (Women Talking), por extraño que parezca, se ha convertido en una curiosidad menor en medio del panorama cinematográfico actual. A pesar de su potencia, de la brillante sutileza en cómo traduce el horror de agresión brutal, la obra apenas ha recibido atención pública. ¿Puede una película ser necesaria pero llegar en el momento incorrecto? La pregunta gravita sobre la magnífica cinta durante la mayor parte de su metraje.

Basada en el espeluznante caso real de las violaciones masivas en la comunidad menonita de Manitoba (Bolivia), es un caso atípico de un discurso cinematográfico poderoso que no encuentra el eco esperado.

A pesar de su nominación al Oscar 2023 como mejor película y contar con un elenco extraordinario de actrices, el film pasó desapercibido en la mayoría de las grandes listas de premiaciones. Tampoco tuvieron resonancia en la gran conversación virtual, los cruciales temas que explora. Lo que resulta más preocupante, todos sus argumentos parecen deshacerse en cierto anacronismo que la hace una heredera a deshora de la época del #MeToo. ¿Es posible que la cultura pop ejerza presión sobre la necesidad de profundizar en tópicos de considerable interés?

Desde el consentimiento hasta la revictimización que rodea a la violación, “Ellas hablan” pondera con cuidado, inteligencia y sensibilidad, todo tipo de posturas sobre el abuso sexual. Lo hace, además, desde la concepción de un punto de vista privilegiado: la de las mujeres que atraviesan una situación impensable y luchan contra el silencio de un patriarcado acérrimo basado en la religión. A pesar de ser la adaptación de un suceso real que conmocionó por su crudeza, sorprende la forma en que el film de la directora y guinista Sarah Polley relata con cuidado los pormenores. Jamás recurre a lo morboso, ni a la pornografía de los hechos violentos tan común en argumentos semejantes. En lugar de eso, apuesta por una puesta en escena casi teatral, en la que las víctimas debaten sus opciones. 

Una voz solitaria en medio de una multitud 

La premisa de “Ellas hablan” no es sencilla, pero es necesaria. Lo que resulta más duro de admitir es que se trata del resumen de años de debates públicos acerca de la violencia sexual y cómo la cultura puede analizar sus consecuencias. Construido como un alegato, el film es un compendio de miradas acerca de lo destructivo del silencio, del señalar a las víctimas como culpables del delito que padecieron.

También es un llamado de atención sobre la necesidad de comprender que el abuso es mucho más que un crimen. Es un tipo de destrucción moral que lleva esfuerzos profundizar en toda su terrorífica amplitud y mucho más, a través de una historia fílmica que evita el sensacionalismo. La directora toma el suceso real y lo lleva al plano de lo íntimo, a la percepción sobre el horror que se lleva en silencio y desde la privacidad. La película confronta a sus protagonistas a un punto en común: todas sufrirán, antes o después, por las decisiones que tomen.

¿Cómo afrontar años de un castigo inmerecido? Uno de los elementos más escalofriantes del argumento es su honestidad brutal. “Ellas hablan” retrata a cada víctima con precisión. Desde la angustia desesperada de Salome (Claire Foy), hasta el miedo silencioso de Mariche Loewen (Jessie Buckley), el guion recorre todos los lugares oscuros de la acusación y de lo que vendrá después. De la promesa de justicia tramposa, de la amenaza de venganza sutil, de la sensación perenne de que cada mujer que fue abusada debe asumir una responsabilidad que no entiende del todo. “¿Cómo puedo disculparme solo por ser joven?”, solloza Ona (Rooney Mara), mientras muestra las marcas de años de abuso que apenas recuerda: “¿Cómo puedo no sentir miedo de todos los hombres que me rodean?”.

Es una de las tantas líneas, tomadas directamente del libro del cual procede, lo que hace más duro el tránsito de la película por espacios oscuros sobre la violencia. Miriam Toews tuvo acceso a los expedientes policiales de las víctimas reales y pudo conversar con algunas de estas mujeres, las que abandonaron la comunidad de Manitoba y tuvieron que rehacer sus vidas, alejadas de sus familias, expatriadas en un tipo de aislamiento tan brutal como la agresión física.

Violadas luego de ser drogadas por vecinos y conocidos por más de una década, las mujeres de Manitoba que se atrevieron a exigir justicia fueron expulsadas de por vida de la congregación. “Hay días en que creo debí guardar silencio y agradecer, seguir viva”, dice una de ellas. Es una de las frases más duras del libro de Toews, que, en el film, tiene un peso doloroso. El eco de su voz se pierde entre el golpeteo del viento contra las maderas y el techo de paja: “No hay respuestas contra el dolor”.

Algo inquietante en “Ellas hablan” es justamente su valor y la poca relevancia que obtuvo su denuncia. Este testimonio bien construido, elegante y firme, no parece encontrar a sus oyentes, al público que necesita debatirlo. 

“Ellas hablan” es una obra que, quizás, encuentre su lugar con el transcurrir del tiempo. Cuando las discusiones que promueve dejen de ser parte de un debate político y de intereses sociales contradictorios. Por ahora, parece destinada al mismo ostracismo con el que se amenaza a las víctimas que retrata. Un punto escalofriante que equipara la contundencia de su mensaje, al espacio vacío que ocupa, casi sin poder evitarlo. 



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